domingo, 12 de agosto de 2012


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Martin Heidegger, una vida marcada por la polémica




Si  preguntamos  a  un  anglosajón  quién  es  el  filósofo  más
importante   del   siglo   xx,   sin   duda   nos   contestará   que
LudwigWittgenstein.  Pero  si  esa  pregunta  se  la  hace  a  un  europeo
continental,  inexorablemente  responderá  Martin  Heidegger.  Ambos
nombres  implican  dos  caminos  totalmente  divergentes  de  la  filosofía.
Siempre  se  ha  dicho  que  la  filosofía  anglosajona  —la  de  Inglaterra  y
Estados  Unidos—  y  el  pensamiento  continental  europeo  recorren  vías
diferentes.
Podríamos  decir  que  Heidegger  es  un  filósofo  oscuro,  que  co-
menzó  como  profesor  adjunto  de  Edmund  Husserl,
1
  el  fundador  de  la
fenomenología,  y  siguió  una  escala  académica  hasta  llegar  a  rector  de
la  Universidad  de  Friburgo  en  pleno  nazismo,  algo  que  marcó  el  final
de  su  carrera  académica,  y  fue  una  situación  que  después  de  la  guerra
le  acarreó  una  gran  cantidad  de  reproches.  A  finales  de  los  años
cincuenta  volvió  a  aparecer  discretamente  en  la  vida  pública  y  su  obra
fue recuperada.
¿Fue  nazi  Heidegger?  Ésa  es  una  pregunta  que  a  lo  largo  de  estos
años  se  ha  hecho  muchas  veces.  No  cabe  duda  de  que  aceptó  y
colaboró  con  el  régimen  nazi  y,  por  supuesto,  no  se  opuso  a  él  en
modo  alguno,  a  pesar  de  que  sus  seguidores  se  preocupan  por  mostrar
supuestos actos de resistencia. Es cierto que dio discursos entusiastas  a
favor  de  Hitler,  pero  también  es  verdad  que  en  su  pensamiento
ultraconservador, todo lo contrario a cualquier ideología progresista en
cualquier sentido del término, hay diferencias fundamentales con el ideario
nazi.  Por  ejemplo,  no  existe  ese  biologismo  con  la  distinción  de  razas
superiores y razas inferiores, sino que está  

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LA AVENTURA DE PENSAR
totalmente  en  contra  de  esa  posición.  Ese  racismo  tiene  un  origen
cientificista,  pero  Heidegger  era  tan  antimoderno  que  no  podía
considerar ese punto.Yo creo que fue un nazi de hecho, probablemente no
de  pensamiento.  Pero  esta  situación  enturbió  su  figura,  cualquier  cosa
menos ejemplar, en la historia del siglo xx.


EL HIJO DE UN TONELERO CATÓLICO

Heidegger  nació  en  1889  en Messkirch,  un  pequeño  pueblo  en  el
sudoeste  de  Alemania.  Su  padre,  Friedrich,  trabajaba  como  maestro
tonelero,  y  tanto  él  como  su  esposa  eran  católicos.  El joven  Martin,
que  tuvo  dos  hermanos,  fue  orientado  por  sus  padres  para  la  carrera
sacerdotal.  Sin  embargo,  hacia  1907,  la  lectura  de  un  libro  de  Franz
Brentano,
2
  Sobre  los  múltiples  significados  del  ente  en  Aristóteles,  lo
convenció de estudiar filosofía. Para ello, dos años más tarde, ingresó
en  la  Universidad  de  Friburgo  e  interrumpió  definitivamente  su  forma-
ción  sacerdotal  para  concluir  sus  estudios  universitarios  en  1913  con
una  tesis  sobre  La teoría  del juicio  en  el  psicologismo.  Durante la
Primera  Guerra  Mundial  fue  destinado  a  un  puesto  de  control  postal  y,
luego,  a  un  observatorio  meteorológico  en  el  frente.  Después  del  con-
flicto,  comenzó  su  carrera  académica,  como  Privatdozent,
3,
  con  una
disertación sobre La teoría de las categorías y del significado en Duns
Escoto.
4
  En  1916,Edmund  Husserl  lo  convocó  para  que  colaborara  con
él. Un año más tarde, Heidegger se casó con Elfride Petri, hija de un
alto  oficial  prusiano  de  confesión  luterana.  Simultáneamente,  co-
menzó  a  dictar  diversos  cursos  y  seminarios,  en  particular  sobre  san
Agustín,  el  neoplatonismo  y  la  fenomenología.  Entre  1919  y  1920
tuvo dos hijos  y abandonó el catolicismo en una crisis de fe. Se fue
dando cuenta de que no podía mantener la creencia en un Dios en-
tendido  metafísicamente,  como  creador,  juez  y  fundamento  de  todo.
En  1923  fue  nombrado  profesor  extraordinario  y  director  del  semi-
nario  de  filosofía  en  la  Universidad  de  Marburgo.Allí  conoció  a  una
joven  estudiante  judía  llamada  Hannah  Arendt,
5
  con  quien  mantuvo  un
romance extramatrimonial durante casi dos años. Ella fue, en pa-

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MARTIN HEIDEGGER
labras de Heidegger, la musa inspiradora de su obra más famosa, Ser y
tiempo,  cuyas  primeras  dos  secciones  fueron  publicadas  en  1927.  El
resto del libro jamás fue escrito.
En 1929, Husserl se retiró de su cátedra en Friburgo  y propuso a
Heidegger  para  reemplazarlo.  Su  lección  inaugural  se  tituló  ¿Qué  es
metafísica? y se publicó ese mismo año, al igual que un trabajo sobre
Kant.  Su  prestigio  siguió  creciendo.  En  1933,  en  pleno  gobierno
nacionalsocialista, ocupó el rectorado de la Universidad de Friburgo,
hasta que presentó su renuncia en 1934.
En los años siguientes, Heidegger se alejó de la política, se refu-
gió en  sus cursos  y publicó  muy pocos escritos.  Sin embargo, en ese
período  produjo  textos  que  fueron  editados  con  posterioridad,  como  su
Introducción  a  la  metafísica  y  muy  especialmente  las  Aportaciones  a
la filosofía. Se acostumbra a tomar ésta como la segunda etapa de su
obra.  Heidegger  consideró  en  ella  su  propio  pensamiento  como  un
tránsito.  No  se  trataba  ya  de  metafísica,  por  cuanto  la  metafísica  no
piensa el ser, ya que, si bien pregunta por el ser, contesta hablando del
ente en general, o del ente supremo. Tampoco se trataba ya de que se
esté  en  condiciones  de  desplegar  el  pensar  del  ser  mismo.  Sólo  se  tra-
taba  de  preparar  el  segundo  comienzo  del  pensar,  un comienzo  ya  no
metafísico.

¿QUÉ ES EL SER?

Heidegger  pretende  una  renovación  radical  del  pensamiento  occi-
dental,  o  como  él  prefiere  expresarlo,  una  superación  del  pensamiento
metafísico.  Para  él,  el  error  de  la  metafísica  —y  que  se  remonta  hasta
los  orígenes  del  pensamiento—  es  una  confusión  entre  el  ser  y  el  ente.
Una  cosa  es el  ser  y  otra cosa  son  los  entes.  El  hecho  de  ser  es
completamente  distinto  a  los  entes  que  son.  El  pensamiento  ha  tratado
de  fundar  los  entes  en  una  especie  de  ente  superior  que  se  ha
confundido  con  el  ser.  Dios,  la  naturaleza,  la  sustancia,  son  entes.
Dicho  de  otro  modo,  no  importa  qué  ente  de  los  reales  y  conocidos  o
de los trascendentes señalemos, siempre es un ente y nun-

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LA AVENTURA DE PENSAR
ca es el ser. Heidegger viene a decir que la metafísica siempre se ha
preguntado por el ser, pero ha contestado hablando del ente, ya sea del
ente  en  general  (ontología)  o  del  ente  supremo  (teología);  de  esta
manera, se  olvida el ser  mismo  y se  forja un pensamiento ex-
clusivamente  entificante,  cosificador.  Ésta  es  la  diferencia  ontológica
que señala entre ser y ente, que es lo que debería ser la base de la
metafísica, pero ésta se queda con los entes y olvida al ser. La meta-
física potencia al ente y magnifica a algún tipo de ente y sustituye el
vacío  del  ser  con  esos  entes  superiores.  Según  Heidegger,  si  definimos
a Dios como  un  «Ser» perfecto,  por ejemplo,  en realidad lo estamos
pensando como un ente perfecto, pero aunque  lo  sea sigue  siendo un
ente más.
¿Qué  es  el  ser?  Es  algo  que,  en  realidad,  no  queda  nada  claro.  Hay
veces  en  las  que  parece  que  Heidegger  juega  a  ir  dando  todo  tipo  de
atributos  al  ser.  El  ser  no  es  un  fundamento,  no  es  un  principio.
Incluso  hay  un  momento  en  su  obra,  en  sus  apuntes,  en  que  tacha  la
palabra «ser» y pone la palabra «nada». Como  si el ser equivaliera  a  la
nada.Y,  en  cierto  modo,  así  es,  porque  el  ser  no  es  ningún  ente:  es
nada  de  ente.  Es  un  pensamiento  de  difícil  comprensión,  pero  señala
un hondo latido metafísico. Ninguno de los seres que existen —
potentes  y  gigantes—  que  nos  imaginemos  puede  compararse  a  la
pregunta de por qué hay ser y no más bien la nada. Por qué existe un ente
cualquiera, cómo está ahí, cómo puede estar ahí, y cómo puedo  pensar
ese  estar.  Eso,  con  una  complejidad  verdaderamente  difícil  muchas
veces  de  expresar  y  de comprender, le supuso  a él un  gran  esfuerzo
filosófico  que,  sin  duda,  le  costaba  mucho  expresar  de  manera
inteligible. Pero quizá ahí reside precisamente el centro del pensamiento
de Heidegger.
En  los  años  siguientes  al  fin  de  la  guerra,  Heidegger  dio  a  conocer
su  Carta  sobre  el  humanismo  en  respuesta  a  algunas  afirmaciones  de
Jean-Paul  Sartre,  que  calificó  a  Heidegger  de  existencialista  ateo  y
humanista,  todo  lo  cual  fue  rechazado  por  el  filósofo  alemán.  Luego,
en  lo  que  se  ha  llamado  la  última  época  de  su  pensamiento,  Heidegger
interpretó  el  ser-en-el-mundo  como  un  habitar  poéticamente  el  mundo,
y propuso que la filosofía se aproximase decididamente a la  

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MARTIN HEIDEGGER
poesía, como un modo de no renovar el olvido de la diferencia on-
tológica,  la  diferencia  entre  ser  y  ente,  propia  del  pensamiento  meta-
físico.


EL «DASEIN»
Aunque  la  diferencia  ontológica  consiste  en  no  confundir  el  ser
con  el  ente,  el  único  modo  que  tenemos  de  acercarnos  a  la
comprensión  del ser es, precisamente, a través de uno  de los entes.
Ésta es la base, el contenido de Ser y tiempo, la obra más importante y
famosa  de  Heidegger.  ¿Cuál  es  ese  ente  a  través  del  cual  podemos
llegar al ser? Es el Dasein, que a veces se traduce como «el ser ahí»,
como el ser arrojado a la existencia, como el ser que no tiene más
remedio  que preguntarse  por  el  ser,  como  el  ser  cuyo destino es  ser  el
hombre. El hombre es un ente, pero un ente cuyo ser problematiza su
ser  constantemente,  y  que  está  de  alguna  manera  vaciándose
constantemente de su ser, al intentar contemplarlo y aprenderlo.
La pregunta por el ser lleva, entonces, a Heidegger a la pregunta
preliminar por el ser de ese ente que somos cada uno de nosotros en
cada  caso.  Heidegger  llamó  Dasein  al  ser  del  hombre.  Este  término
alemán  designa  habitualmente  a  la  existencia,  pero  Heidegger  lo  usó
en  función  de  su  etimología,  «ahí-ser»,  para  expresar  que  el  ser  del
hombre es el ahí del ser, el ámbito donde el ser se despliega y
manifiesta. La primera sección de Ser  y  tiempo se  ocupa, por eso, en
analizar  ese  ahí  que  somos  cotidianamente.  Heidegger  señala,  en  pri-
mer  lugar,  que  el  Dasein  es  pura  apertura,  es  un  ser-en-el-mundo,
porque  está  inevitablemente  concernido  por  las  cosas  y  las  ocupa-
ciones  que,  precisamente,  configuran  su  mundo.  De  este  ser-en-el-
mundo se puede decir, entre otras cosas, que es un proyectarse en las
posibilidades  que  tiene  ante  sí  en cada  caso.  Las  resoluciones  que  to-
mamos  a  partir  de  esas  posibilidades  nos  definen  y  también  definen  el
sentido  de  las  cosas  con  las  que  a  diario  nos  involucramos.  Como,
además,  el  ser-en-el-mundo  es  siempre  un  ser-con  los  otros,  el  mundo
es esa trama de significaciones en la que convivimos.  

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LA AVENTURA DE PENSAR
El Dasein, el hombre, el ser ahí, es consciente de que brota y vie-
ne de la nada,  y está constantemente como flotando en la nada. Eso
produce  en  el  individuo  angustia,  que  es  la  revelación  de  nuestra
auténtica  condición,  la  temporalidad;  somos  temporalidad,  somos  fi-
nitud, y es desde esa condición que se realiza nuestro vivir con los
demás, que se desliza una y otra vez hacia la impropiedad, porque
Heidegger  nos  advierte  que  vivimos  impropiamente,  no  por  alguna
distracción  o  casualidad,  sino  porque  estructuralmente  nuestro  ser
tiende a perder lo propio. Si lo propio de nuestra condición es la
mortalidad (y  por eso  ya  los  antiguos  griegos calificaban a los hom-
bres  como  «los  mortales»),  lo  impropio  es  pretender  negarla,  y  esa
negación  ocurre  como  caída  en  la  banalidad,  en  la  trivialidad,  en  la
avidez  de  novedades,  en  la  vida  impersonal.  Pero  la  tentación  de  esa
negación  es  recurrente  e  inevitable.  Hasta  tal  punto  que  nos  perdemos
a nosotros mismos.
Heidegger  señala  que,  al  hablar  del  ser-en-el-mundo,  que  es  el
modo  de  ser  del  hombre,  podemos  preguntar  quién  es  en  el  mundo.
Pero  si,  en  tal  caso,  contestamos  «yo»  nos  equivocamos.  Habitual-
mente,  «uno»  es en  el  mundo un  «quien» impersonal,  no  yo  mismo.
Vivimos al amparo de los roles sociales, de lo que se espera que ha-
gamos,  pensemos  y  digamos.  La  vida  impersonal  del  «uno»  nos  releva
de  nuestro  sí  mismo.  Sólo  excepcionalmente  somos  auténticos.  En
general, nuestra vida se pierde  en la  inautenticidad.Y es natural que  así
suceda.  El  motivo  es  que  nuestro  propio  modo  de  ser  implica  asu-
mirnos  como  radicalmente  finitos,  aceptar  la  angustia  de  no  poder
cumplir  todas  las  posibilidades  que  se  despliegan  ante  nosotros,  correr
el  riesgo  de  equivocarnos  y  arrepentimos  y  sentirnos  culpables  de  las
elecciones  que  hacemos,  y,  en  fin,  vivir  cada  momento  de  nuestra  vida
ante nuestra mortalidad.
Así, el arrepentimiento y la culpa nos muestran que lo pasado es
presente.  La  mortalidad  asumida,  o,  como  dice  Heidegger,  el  ser-
hacia-la-muerte,  en  tanto  es  un  anticiparse  a  la  más  radical  posibilidad,
muestra  que  lo futuro  es  presente.  Dicho  de  otro  modo,  somos  tem-
poralidad.  El ser que somos  cada uno  de nosotros es  pura tempori-
zación, entendida como esa tensión de pasado, presente y futuro que  

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MARTIN HEIDEGGER
nos  constituye.  Pasado,  presente  y  futuro  son  modos  de  ser  de  esa
temporalidad  que  somos.  Heidegger  los  llama  éxtasis  temporales.  El
tiempo  se  revela  en  el  análisis  del  Dasein  como  horizonte  de
comprensión del ser. El ser no es permanente presencia, como suponía
la tradición occidental, sino advenir o acontecer. Ese advenir o acontecer
es la temporalidad que somos.
La  idea  de  Heidegger  es  que  el  ser  del  hombre  (el  Dasein)  está
siempre  arrojado  hacia  sus  múltiples  posibilidades,  pero  entre  todas
ellas  hay  una  que  siempre  está  presente:  la  de  morir.  La  muerte  no  es,
para  el  Dasein,  sólo  el  cesar.  También  los  animales  cesan,  pero  sólo  el
hombre  muere.  La  muerte  es  la  posibilidad  de  que  ya  no  haya  más
posibilidades  para  el  Dasein,  es  la  posibilidad  de  que  el  Dasein  mismo
sea  imposible.  Para  Heidegger,  vivimos  huyendo  de  esta  idea  del
morir,  o  sea, de  la idea de  que retornaremos a  la  nada de la que  ve-
nimos.  La  vida  del  hombre  es  un  entre,  y  los  extremos  —la  nada  del
antes  y  la  nada  del  después—  no  le  pertenecen.  Y  cuanto  más  huimos
de  la  idea  de  la  muerte,  cuanto  más  la  negamos,  más  tiñe  ella  —en
razón  de  nuestra  negación—  nuestra  existencia  de  inautenticidad,  de
impropiedad.  La  única  forma  de  recuperar  un  poco  de  autenticidad
existencial  es,  según  Heidegger,  vivir  de  cara  a  la  propia  mortalidad.
Es lo que él llama «ser-para-la-muerte», o, mejor, «ser-hacia-la-
muerte».
En  Ser  y  tiempo,  Heidegger  dice  que  la  muerte  es  siempre  mi
muerte,  la  propia  muerte  para  cada  uno  de  los  que  podemos  decir
«yo»,  es  decir,  para  los  Dasein  o  seres  que  existimos  aquí  arrojados  al
mundo  destinados  ontológicamente  a  perecer.  Como  cada  muerte  es
esencialmente  la  mía  y  no  el  destino  genérico  de  la  especie  de  la  que
soy  simplemente  miembro  de  número,  es  la  muerte  lo  que  me  cons-
tituye  con  irrepetible  propiedad.  Para  cada  uno,  la  muerte  no  es  un
acontecimiento  más  del  mundo  sino  la  limitación  intrínseca  de  éste,  la
posibilidad  de  que  las  posibilidades  de  y  para  las  que  vivimos  acaben,
de  que  todo  se  haga  de  una  vez  para  siempre  imposible.  Ante  la
muerte  cabe  fraguar  una  existencia  hecha  de  estratagemas  falseadoras
que  la  conviertan  en  un  simple  «incidente»,  algo  que  pasa  todos  los
días y que me llega desde fuera por pura casualidad, de lo que me  

270

LA AVENTURA DE PENSAR
desentiendo  en  la  trivialidad  de  mis  labores  cotidianas;  pero  la  exis-
tencia  auténtica  es  la que  no  intenta neutralizar  ni  minimizar el suceso
esencial de  la  muerte, nuestra  más  íntima  pertenencia,  sino que  la deja
reinar  libremente  sobre  el  Dasein  y  acepta  su  grandeza  absoluta,
viviendo  la  vida  propia  sub  specie  morti,  es  decir,  con  la  muerte  como
único horizonte.


SU RELACIÓN CON EL NAZISMO
Heidegger  se  adhirió  al  proyecto  nacionalsocialista  con  plena  con-
ciencia;  este  hecho  es  fundamental  en  relación  con  su  obra,  y  nunca
modificó  una  línea  de  sus  escritos  de  esa  época,  ni  prohibió  su  publi-
cación  o  se  avergonzó  de  ellos  en  lo  más  mínimo.  Pero  lo  esencial  es
que  Heidegger  participó  en  el  nacionalsocialismo  como  pensador
auténtico,  no  como  un  teórico  alucinado  a  lo  Rosenberg.
6
  Por  lo  tanto,
sólo  desde  la  comprensión  de  su  pensamiento  y  de  la  tarea  del  pen-
sador  en  general  tiene  interés  su  relación  con  el  nazismo  y  no  al  revés.
Lo  único  que  se  ha  hecho  es  constatar,  negar  o  deplorar  su  adhesión  al
nazismo,  pero  no  pensarla.  Tal  parece  que  la  categoría  «nazi»  fuese
tan   homogénea   y   omniexplicativa   que   agotase   plenamente   la
peculiaridad  de  quien  cae  bajo  ella,  sea  Goebbels
7
  o  Heidegger.  ¿Qué
más  se  puede  decir  de  alguien  convicto  de  nazismo,  por  muy  pensador
que  sea?  Pues  el  pensador,  o  acierta,  es  decir,  o  piensa  como  nosotros,
como  los  buenos,  como  se  ha  descubierto  que  hay  que  pensar,  o  no
merece  crédito  como  pensador.  Pero  esto  es  desconocer  por  completo
la  gracia  —y  desgracia—  de  la  aventura  de  pensar.  A  quien  quiera
estar  seguro  de  acertar,  de  «ir  con  la  historia»  y  de  tener  toda  la  razón,
lo  mejor  que  se  le  puede  aconsejar —no  otra  cosa  hacen  los
redentores,  confesores  y  comisarios  que  nos  rodean—  es  que  no
piense. Como sustituto de la especulación se puede recurrir a lo que un
amigo llama el «dogma de la pura mierda», que dice así: de aquí  para
allá, todo pura maravilla; de allá para acá, todo pura mierda.Y a vivir que
son dos días.
En  Heidegger  hay  más cosas  que el  nazismo,  pero también  está  —  y
fundamentalmente— el nazismo. Sin el clima histórico y cultu-

271

MARTIN HEIDEGGER
ral  de  donde  brotó  el  nazismo,  no  se  entiende  del  todo  a  Heidegger;  y
sin  el  pensamiento  de  Heidegger  no  puede  entenderse  a  fondo  el
nazismo,  el  cual  —por  muy  poca  simpatía  política  que  nos  despierte—
ha  sido  sin  duda  uno  de  los  movimientos  sociales  decisivos  del  siglo
xx.  Heidegger  no  es  un  gran  pensador  a  pesar  de  haber  sido  nazi,  lo
mismo  que  Ernst  Bloch
8
  no  lo  es  a  pesar  de  haber  sido  estalinista,  sino
que  ambos  demuestran  su  valía  pensando  sin  remilgos  el  anhelo  que
yace  bajo  el  atroz  mecanismo  totalitario.  Los  burócratas  y  los
verdugos  son  la  cara  oficial  de  un  movimiento  hacia  la  colectividad
absoluta  cuyas  raíces  pueden  rastrearse  hasta  Platón  y  cuyo  íntimo
mensaje  revelan,  más  allá  de  los  estrechos  dogmas  de  los  cabecillas,
los  conceptos  de  un  Heidegger  o  de  un  Bloch.  La  lección  es  clara  e
imprescindible:  la  filosofía  está  hecha  de  carne,  huesos  y  sangre,
nunca  se  piensa  de  verdad  sin  consecuencias.  Lo  que  desde  el  punto
de  vista  cívico  fue  quizá  el  pecado  de  Heidegger  es  para  nosotros,  los
que  a  partir  de  él  queremos  entender  nuestro  tiempo  y  nuestra
condición, su mayor mérito.


EL FILÓSOFO CONTEMPORÁNEO MÁS INFLUYENTE

Asumir   la   temporalidad   que   somos   sin   subterfugios   ni
distracciones  es  lo  que  nos  permitiría  apropiarnos  realmente  de  un
destino  que  nos  salve  de  la  mediocridad  y  de  la  rutina  de  la  época
contemporánea.  Heidegger  es  sin  duda  el  filósofo  contemporáneo  más
influyente.  Su  pensamiento  ha  marcado,  de  una  u  otra  forma,  a
muchísimas  generaciones  y   ramas  diferentes  de  la  filosofía,  en
Francia,  en  Italia,  en  ocasiones  en  Hispanoamérica  y,  por  supuesto,  en
Alemania.  La  influencia  de  Heidegger  ha  sido  extraordinaria,  con  sus
estudios  sobre  el  lenguaje,  sobre  la  idea  de  cómo  el  hombre  habita  el
ser.  El  lenguaje  es  la  casa  del  ser;  no  nos  enfrentamos  a  los  entes
desnudamente,  sino  siempre  lingüísticamente,  como  hablantes  de  un
idioma.  Así,  mediante  el  lenguaje,  el  hombre  habita  en  la  cercanía  del
ser  y  el  modo  más  originario  de  ese  habitar  es  el  poetizar,  no  en  el
sentido de hacer rimas, sino en el de nombrar creativamente —
etimológica-

272

LA AVENTURA DE PENSAR
mente,   «poesía»   viene   de   póiesis,   que,   en  
griego,   significa «creación»—, recrear, inaugurar
cada vez el mundo.
Los últimos escritos de Heidegger se hacen
paulatinamente  más
crípticos.  Renuncia,  por  supuesto,  a  cualquier
pretensión  de  articu-
lación académica. Son de alguna  forma ideas
no  fácilmente  com-
prensibles y lanzadas de formas que se aceptan
o  no.  No  hay  un  es-
fuerzo  por  hacerlas  verosímiles  por  la  vía  de  la
argumentación,  es  un
pensamiento  sentencioso.  En  cualquier  caso,  la
figura  de  Heidegger,
controvertida,  poco  edificante  en  lo  humano,
vinculada  al  nazismo
aunque  quizá  no  ideológicamente  del  todo,  es
apasionante.  Sin  duda,
con  una  mente  superior  y  aun  inspirando
desagrado,  es  una  de  las
grandes figuras intelectuales y uno de los grandes
no  ya  del  siglo  xx,
sino quizá de toda la historia.

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