domingo, 12 de agosto de 2012
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Martin Heidegger, una vida marcada por la polémica
Si preguntamos a un anglosajón quién es el filósofo más
importante del siglo xx, sin duda nos contestará que
LudwigWittgenstein. Pero si esa pregunta se la hace a un europeo
continental, inexorablemente responderá Martin Heidegger. Ambos
nombres implican dos caminos totalmente divergentes de la filosofía.
Siempre se ha dicho que la filosofía anglosajona —la de Inglaterra y
Estados Unidos— y el pensamiento continental europeo recorren vías
diferentes.
Podríamos decir que Heidegger es un filósofo oscuro, que co-
menzó como profesor adjunto de Edmund Husserl,
1
el fundador de la
fenomenología, y siguió una escala académica hasta llegar a rector de
la Universidad de Friburgo en pleno nazismo, algo que marcó el final
de su carrera académica, y fue una situación que después de la guerra
le acarreó una gran cantidad de reproches. A finales de los años
cincuenta volvió a aparecer discretamente en la vida pública y su obra
fue recuperada.
¿Fue nazi Heidegger? Ésa es una pregunta que a lo largo de estos
años se ha hecho muchas veces. No cabe duda de que aceptó y
colaboró con el régimen nazi y, por supuesto, no se opuso a él en
modo alguno, a pesar de que sus seguidores se preocupan por mostrar
supuestos actos de resistencia. Es cierto que dio discursos entusiastas a
favor de Hitler, pero también es verdad que en su pensamiento
ultraconservador, todo lo contrario a cualquier ideología progresista en
cualquier sentido del término, hay diferencias fundamentales con el ideario
nazi. Por ejemplo, no existe ese biologismo con la distinción de razas
superiores y razas inferiores, sino que está
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LA AVENTURA DE PENSAR
totalmente en contra de esa posición. Ese racismo tiene un origen
cientificista, pero Heidegger era tan antimoderno que no podía
considerar ese punto.Yo creo que fue un nazi de hecho, probablemente no
de pensamiento. Pero esta situación enturbió su figura, cualquier cosa
menos ejemplar, en la historia del siglo xx.
EL HIJO DE UN TONELERO CATÓLICO
Heidegger nació en 1889 en Messkirch, un pequeño pueblo en el
sudoeste de Alemania. Su padre, Friedrich, trabajaba como maestro
tonelero, y tanto él como su esposa eran católicos. El joven Martin,
que tuvo dos hermanos, fue orientado por sus padres para la carrera
sacerdotal. Sin embargo, hacia 1907, la lectura de un libro de Franz
Brentano,
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Sobre los múltiples significados del ente en Aristóteles, lo
convenció de estudiar filosofía. Para ello, dos años más tarde, ingresó
en la Universidad de Friburgo e interrumpió definitivamente su forma-
ción sacerdotal para concluir sus estudios universitarios en 1913 con
una tesis sobre La teoría del juicio en el psicologismo. Durante la
Primera Guerra Mundial fue destinado a un puesto de control postal y,
luego, a un observatorio meteorológico en el frente. Después del con-
flicto, comenzó su carrera académica, como Privatdozent,
3,
con una
disertación sobre La teoría de las categorías y del significado en Duns
Escoto.
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En 1916,Edmund Husserl lo convocó para que colaborara con
él. Un año más tarde, Heidegger se casó con Elfride Petri, hija de un
alto oficial prusiano de confesión luterana. Simultáneamente, co-
menzó a dictar diversos cursos y seminarios, en particular sobre san
Agustín, el neoplatonismo y la fenomenología. Entre 1919 y 1920
tuvo dos hijos y abandonó el catolicismo en una crisis de fe. Se fue
dando cuenta de que no podía mantener la creencia en un Dios en-
tendido metafísicamente, como creador, juez y fundamento de todo.
En 1923 fue nombrado profesor extraordinario y director del semi-
nario de filosofía en la Universidad de Marburgo.Allí conoció a una
joven estudiante judía llamada Hannah Arendt,
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con quien mantuvo un
romance extramatrimonial durante casi dos años. Ella fue, en pa-
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MARTIN HEIDEGGER
labras de Heidegger, la musa inspiradora de su obra más famosa, Ser y
tiempo, cuyas primeras dos secciones fueron publicadas en 1927. El
resto del libro jamás fue escrito.
En 1929, Husserl se retiró de su cátedra en Friburgo y propuso a
Heidegger para reemplazarlo. Su lección inaugural se tituló ¿Qué es
metafísica? y se publicó ese mismo año, al igual que un trabajo sobre
Kant. Su prestigio siguió creciendo. En 1933, en pleno gobierno
nacionalsocialista, ocupó el rectorado de la Universidad de Friburgo,
hasta que presentó su renuncia en 1934.
En los años siguientes, Heidegger se alejó de la política, se refu-
gió en sus cursos y publicó muy pocos escritos. Sin embargo, en ese
período produjo textos que fueron editados con posterioridad, como su
Introducción a la metafísica y muy especialmente las Aportaciones a
la filosofía. Se acostumbra a tomar ésta como la segunda etapa de su
obra. Heidegger consideró en ella su propio pensamiento como un
tránsito. No se trataba ya de metafísica, por cuanto la metafísica no
piensa el ser, ya que, si bien pregunta por el ser, contesta hablando del
ente en general, o del ente supremo. Tampoco se trataba ya de que se
esté en condiciones de desplegar el pensar del ser mismo. Sólo se tra-
taba de preparar el segundo comienzo del pensar, un comienzo ya no
metafísico.
¿QUÉ ES EL SER?
Heidegger pretende una renovación radical del pensamiento occi-
dental, o como él prefiere expresarlo, una superación del pensamiento
metafísico. Para él, el error de la metafísica —y que se remonta hasta
los orígenes del pensamiento— es una confusión entre el ser y el ente.
Una cosa es el ser y otra cosa son los entes. El hecho de ser es
completamente distinto a los entes que son. El pensamiento ha tratado
de fundar los entes en una especie de ente superior que se ha
confundido con el ser. Dios, la naturaleza, la sustancia, son entes.
Dicho de otro modo, no importa qué ente de los reales y conocidos o
de los trascendentes señalemos, siempre es un ente y nun-
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LA AVENTURA DE PENSAR
ca es el ser. Heidegger viene a decir que la metafísica siempre se ha
preguntado por el ser, pero ha contestado hablando del ente, ya sea del
ente en general (ontología) o del ente supremo (teología); de esta
manera, se olvida el ser mismo y se forja un pensamiento ex-
clusivamente entificante, cosificador. Ésta es la diferencia ontológica
que señala entre ser y ente, que es lo que debería ser la base de la
metafísica, pero ésta se queda con los entes y olvida al ser. La meta-
física potencia al ente y magnifica a algún tipo de ente y sustituye el
vacío del ser con esos entes superiores. Según Heidegger, si definimos
a Dios como un «Ser» perfecto, por ejemplo, en realidad lo estamos
pensando como un ente perfecto, pero aunque lo sea sigue siendo un
ente más.
¿Qué es el ser? Es algo que, en realidad, no queda nada claro. Hay
veces en las que parece que Heidegger juega a ir dando todo tipo de
atributos al ser. El ser no es un fundamento, no es un principio.
Incluso hay un momento en su obra, en sus apuntes, en que tacha la
palabra «ser» y pone la palabra «nada». Como si el ser equivaliera a la
nada.Y, en cierto modo, así es, porque el ser no es ningún ente: es
nada de ente. Es un pensamiento de difícil comprensión, pero señala
un hondo latido metafísico. Ninguno de los seres que existen —
potentes y gigantes— que nos imaginemos puede compararse a la
pregunta de por qué hay ser y no más bien la nada. Por qué existe un ente
cualquiera, cómo está ahí, cómo puede estar ahí, y cómo puedo pensar
ese estar. Eso, con una complejidad verdaderamente difícil muchas
veces de expresar y de comprender, le supuso a él un gran esfuerzo
filosófico que, sin duda, le costaba mucho expresar de manera
inteligible. Pero quizá ahí reside precisamente el centro del pensamiento
de Heidegger.
En los años siguientes al fin de la guerra, Heidegger dio a conocer
su Carta sobre el humanismo en respuesta a algunas afirmaciones de
Jean-Paul Sartre, que calificó a Heidegger de existencialista ateo y
humanista, todo lo cual fue rechazado por el filósofo alemán. Luego,
en lo que se ha llamado la última época de su pensamiento, Heidegger
interpretó el ser-en-el-mundo como un habitar poéticamente el mundo,
y propuso que la filosofía se aproximase decididamente a la
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MARTIN HEIDEGGER
poesía, como un modo de no renovar el olvido de la diferencia on-
tológica, la diferencia entre ser y ente, propia del pensamiento meta-
físico.
EL «DASEIN»
Aunque la diferencia ontológica consiste en no confundir el ser
con el ente, el único modo que tenemos de acercarnos a la
comprensión del ser es, precisamente, a través de uno de los entes.
Ésta es la base, el contenido de Ser y tiempo, la obra más importante y
famosa de Heidegger. ¿Cuál es ese ente a través del cual podemos
llegar al ser? Es el Dasein, que a veces se traduce como «el ser ahí»,
como el ser arrojado a la existencia, como el ser que no tiene más
remedio que preguntarse por el ser, como el ser cuyo destino es ser el
hombre. El hombre es un ente, pero un ente cuyo ser problematiza su
ser constantemente, y que está de alguna manera vaciándose
constantemente de su ser, al intentar contemplarlo y aprenderlo.
La pregunta por el ser lleva, entonces, a Heidegger a la pregunta
preliminar por el ser de ese ente que somos cada uno de nosotros en
cada caso. Heidegger llamó Dasein al ser del hombre. Este término
alemán designa habitualmente a la existencia, pero Heidegger lo usó
en función de su etimología, «ahí-ser», para expresar que el ser del
hombre es el ahí del ser, el ámbito donde el ser se despliega y
manifiesta. La primera sección de Ser y tiempo se ocupa, por eso, en
analizar ese ahí que somos cotidianamente. Heidegger señala, en pri-
mer lugar, que el Dasein es pura apertura, es un ser-en-el-mundo,
porque está inevitablemente concernido por las cosas y las ocupa-
ciones que, precisamente, configuran su mundo. De este ser-en-el-
mundo se puede decir, entre otras cosas, que es un proyectarse en las
posibilidades que tiene ante sí en cada caso. Las resoluciones que to-
mamos a partir de esas posibilidades nos definen y también definen el
sentido de las cosas con las que a diario nos involucramos. Como,
además, el ser-en-el-mundo es siempre un ser-con los otros, el mundo
es esa trama de significaciones en la que convivimos.
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LA AVENTURA DE PENSAR
El Dasein, el hombre, el ser ahí, es consciente de que brota y vie-
ne de la nada, y está constantemente como flotando en la nada. Eso
produce en el individuo angustia, que es la revelación de nuestra
auténtica condición, la temporalidad; somos temporalidad, somos fi-
nitud, y es desde esa condición que se realiza nuestro vivir con los
demás, que se desliza una y otra vez hacia la impropiedad, porque
Heidegger nos advierte que vivimos impropiamente, no por alguna
distracción o casualidad, sino porque estructuralmente nuestro ser
tiende a perder lo propio. Si lo propio de nuestra condición es la
mortalidad (y por eso ya los antiguos griegos calificaban a los hom-
bres como «los mortales»), lo impropio es pretender negarla, y esa
negación ocurre como caída en la banalidad, en la trivialidad, en la
avidez de novedades, en la vida impersonal. Pero la tentación de esa
negación es recurrente e inevitable. Hasta tal punto que nos perdemos
a nosotros mismos.
Heidegger señala que, al hablar del ser-en-el-mundo, que es el
modo de ser del hombre, podemos preguntar quién es en el mundo.
Pero si, en tal caso, contestamos «yo» nos equivocamos. Habitual-
mente, «uno» es en el mundo un «quien» impersonal, no yo mismo.
Vivimos al amparo de los roles sociales, de lo que se espera que ha-
gamos, pensemos y digamos. La vida impersonal del «uno» nos releva
de nuestro sí mismo. Sólo excepcionalmente somos auténticos. En
general, nuestra vida se pierde en la inautenticidad.Y es natural que así
suceda. El motivo es que nuestro propio modo de ser implica asu-
mirnos como radicalmente finitos, aceptar la angustia de no poder
cumplir todas las posibilidades que se despliegan ante nosotros, correr
el riesgo de equivocarnos y arrepentimos y sentirnos culpables de las
elecciones que hacemos, y, en fin, vivir cada momento de nuestra vida
ante nuestra mortalidad.
Así, el arrepentimiento y la culpa nos muestran que lo pasado es
presente. La mortalidad asumida, o, como dice Heidegger, el ser-
hacia-la-muerte, en tanto es un anticiparse a la más radical posibilidad,
muestra que lo futuro es presente. Dicho de otro modo, somos tem-
poralidad. El ser que somos cada uno de nosotros es pura tempori-
zación, entendida como esa tensión de pasado, presente y futuro que
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MARTIN HEIDEGGER
nos constituye. Pasado, presente y futuro son modos de ser de esa
temporalidad que somos. Heidegger los llama éxtasis temporales. El
tiempo se revela en el análisis del Dasein como horizonte de
comprensión del ser. El ser no es permanente presencia, como suponía
la tradición occidental, sino advenir o acontecer. Ese advenir o acontecer
es la temporalidad que somos.
La idea de Heidegger es que el ser del hombre (el Dasein) está
siempre arrojado hacia sus múltiples posibilidades, pero entre todas
ellas hay una que siempre está presente: la de morir. La muerte no es,
para el Dasein, sólo el cesar. También los animales cesan, pero sólo el
hombre muere. La muerte es la posibilidad de que ya no haya más
posibilidades para el Dasein, es la posibilidad de que el Dasein mismo
sea imposible. Para Heidegger, vivimos huyendo de esta idea del
morir, o sea, de la idea de que retornaremos a la nada de la que ve-
nimos. La vida del hombre es un entre, y los extremos —la nada del
antes y la nada del después— no le pertenecen. Y cuanto más huimos
de la idea de la muerte, cuanto más la negamos, más tiñe ella —en
razón de nuestra negación— nuestra existencia de inautenticidad, de
impropiedad. La única forma de recuperar un poco de autenticidad
existencial es, según Heidegger, vivir de cara a la propia mortalidad.
Es lo que él llama «ser-para-la-muerte», o, mejor, «ser-hacia-la-
muerte».
En Ser y tiempo, Heidegger dice que la muerte es siempre mi
muerte, la propia muerte para cada uno de los que podemos decir
«yo», es decir, para los Dasein o seres que existimos aquí arrojados al
mundo destinados ontológicamente a perecer. Como cada muerte es
esencialmente la mía y no el destino genérico de la especie de la que
soy simplemente miembro de número, es la muerte lo que me cons-
tituye con irrepetible propiedad. Para cada uno, la muerte no es un
acontecimiento más del mundo sino la limitación intrínseca de éste, la
posibilidad de que las posibilidades de y para las que vivimos acaben,
de que todo se haga de una vez para siempre imposible. Ante la
muerte cabe fraguar una existencia hecha de estratagemas falseadoras
que la conviertan en un simple «incidente», algo que pasa todos los
días y que me llega desde fuera por pura casualidad, de lo que me
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LA AVENTURA DE PENSAR
desentiendo en la trivialidad de mis labores cotidianas; pero la exis-
tencia auténtica es la que no intenta neutralizar ni minimizar el suceso
esencial de la muerte, nuestra más íntima pertenencia, sino que la deja
reinar libremente sobre el Dasein y acepta su grandeza absoluta,
viviendo la vida propia sub specie morti, es decir, con la muerte como
único horizonte.
SU RELACIÓN CON EL NAZISMO
Heidegger se adhirió al proyecto nacionalsocialista con plena con-
ciencia; este hecho es fundamental en relación con su obra, y nunca
modificó una línea de sus escritos de esa época, ni prohibió su publi-
cación o se avergonzó de ellos en lo más mínimo. Pero lo esencial es
que Heidegger participó en el nacionalsocialismo como pensador
auténtico, no como un teórico alucinado a lo Rosenberg.
6
Por lo tanto,
sólo desde la comprensión de su pensamiento y de la tarea del pen-
sador en general tiene interés su relación con el nazismo y no al revés.
Lo único que se ha hecho es constatar, negar o deplorar su adhesión al
nazismo, pero no pensarla. Tal parece que la categoría «nazi» fuese
tan homogénea y omniexplicativa que agotase plenamente la
peculiaridad de quien cae bajo ella, sea Goebbels
7
o Heidegger. ¿Qué
más se puede decir de alguien convicto de nazismo, por muy pensador
que sea? Pues el pensador, o acierta, es decir, o piensa como nosotros,
como los buenos, como se ha descubierto que hay que pensar, o no
merece crédito como pensador. Pero esto es desconocer por completo
la gracia —y desgracia— de la aventura de pensar. A quien quiera
estar seguro de acertar, de «ir con la historia» y de tener toda la razón,
lo mejor que se le puede aconsejar —no otra cosa hacen los
redentores, confesores y comisarios que nos rodean— es que no
piense. Como sustituto de la especulación se puede recurrir a lo que un
amigo llama el «dogma de la pura mierda», que dice así: de aquí para
allá, todo pura maravilla; de allá para acá, todo pura mierda.Y a vivir que
son dos días.
En Heidegger hay más cosas que el nazismo, pero también está — y
fundamentalmente— el nazismo. Sin el clima histórico y cultu-
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MARTIN HEIDEGGER
ral de donde brotó el nazismo, no se entiende del todo a Heidegger; y
sin el pensamiento de Heidegger no puede entenderse a fondo el
nazismo, el cual —por muy poca simpatía política que nos despierte—
ha sido sin duda uno de los movimientos sociales decisivos del siglo
xx. Heidegger no es un gran pensador a pesar de haber sido nazi, lo
mismo que Ernst Bloch
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no lo es a pesar de haber sido estalinista, sino
que ambos demuestran su valía pensando sin remilgos el anhelo que
yace bajo el atroz mecanismo totalitario. Los burócratas y los
verdugos son la cara oficial de un movimiento hacia la colectividad
absoluta cuyas raíces pueden rastrearse hasta Platón y cuyo íntimo
mensaje revelan, más allá de los estrechos dogmas de los cabecillas,
los conceptos de un Heidegger o de un Bloch. La lección es clara e
imprescindible: la filosofía está hecha de carne, huesos y sangre,
nunca se piensa de verdad sin consecuencias. Lo que desde el punto
de vista cívico fue quizá el pecado de Heidegger es para nosotros, los
que a partir de él queremos entender nuestro tiempo y nuestra
condición, su mayor mérito.
EL FILÓSOFO CONTEMPORÁNEO MÁS INFLUYENTE
Asumir la temporalidad que somos sin subterfugios ni
distracciones es lo que nos permitiría apropiarnos realmente de un
destino que nos salve de la mediocridad y de la rutina de la época
contemporánea. Heidegger es sin duda el filósofo contemporáneo más
influyente. Su pensamiento ha marcado, de una u otra forma, a
muchísimas generaciones y ramas diferentes de la filosofía, en
Francia, en Italia, en ocasiones en Hispanoamérica y, por supuesto, en
Alemania. La influencia de Heidegger ha sido extraordinaria, con sus
estudios sobre el lenguaje, sobre la idea de cómo el hombre habita el
ser. El lenguaje es la casa del ser; no nos enfrentamos a los entes
desnudamente, sino siempre lingüísticamente, como hablantes de un
idioma. Así, mediante el lenguaje, el hombre habita en la cercanía del
ser y el modo más originario de ese habitar es el poetizar, no en el
sentido de hacer rimas, sino en el de nombrar creativamente —
etimológica-
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LA AVENTURA DE PENSAR
mente, «poesía» viene de póiesis, que, en
griego, significa «creación»—, recrear, inaugurar
cada vez el mundo.
Los últimos escritos de Heidegger se hacen
paulatinamente más
crípticos. Renuncia, por supuesto, a cualquier
pretensión de articu-
lación académica. Son de alguna forma ideas
no fácilmente com-
prensibles y lanzadas de formas que se aceptan
o no. No hay un es-
fuerzo por hacerlas verosímiles por la vía de la
argumentación, es un
pensamiento sentencioso. En cualquier caso, la
figura de Heidegger,
controvertida, poco edificante en lo humano,
vinculada al nazismo
aunque quizá no ideológicamente del todo, es
apasionante. Sin duda,
con una mente superior y aun inspirando
desagrado, es una de las
grandes figuras intelectuales y uno de los grandes
no ya del siglo xx,
sino quizá de toda la historia.
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