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Jean-Paul Sartre, un personaje en varios frentes
Durante muchas décadas, el nombre de Jean-Paul Sartre ha sido sinónimo de controversia, fascinación, entusiasmo y rechazo. Se trata de un nombre que no ha dejado a nadie indiferente. Sartre no sólo es, sin duda, el filósofo moderno más destacado de Francia y uno de los más trascendentes de Europa, sino también una de las figuras más importantes de la historia del pensamiento contemporáneo. Llevó a cabo una labor de subversión, agitación cultural y enfrentamiento a los poderes públicos y a una serie de situaciones —como el colonialismo,
el racismo, la discriminación, el militarismo, etcétera— que le da un lugar destacado en el imaginario colectivo. Es ese aspecto combativo de su personalidad lo que lo llevó a participar enérgicamente en la sublevación obrero-estudiantil de París en mayo de 1968,
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pronunciándose contra el aparato represivo del Estado francés. Jean-Paul Sartre fue desde luego filósofo en el sentido académico del término, pero también fue novelista, dramaturgo y ensayista,
ocupándose de temas tan dispares como la guerra, la política, la lite- ratura y la sociedad contemporánea. Encabezó una serie de movi- mientos y manifestaciones que siempre lo tuvieron como referente. Presidió el Tribunal Russell, que juzgó los crímenes norteamericanos
en Vietnam, y si bien la condena de dichos crímenes no tuvo una consecuencia política directa, ya que fue más bien simbólica, contri- buyó a deslegitimar la intervención estadounidense en el sudeste
asiático. Denunció tanto los crímenes estalinistas como la represión colonial francesa en el norte de Africa.Viajó expresamente a La Ha- bana y se entrevistó con el Che Guevara y con Fidel Castro para respaldar la Revolución cubana. Al final de su vida apoyó a los prochinos, grupos radicales de orientación maoísta en Francia. Fue un personaje extraordinario, controvertido, vitalísimo y que desde luego ha dejado una estela muy grande en el siglo xx.
«NO DEGENERAR NI EN OBLIGACIÓN NI EN COSTUMBRE»
Sartre nació en París en 1905. Su padre falleció cuando él tenía apenas dos años. Quedó al cuidado de su madre y sus abuelos maternos, de apellido Schweitzer. Por esa rama de la familia, el
pequeño Jean-Paul estaba vinculado al médico, músico y escritor Albert Schweitzer, ganador del premio Nobel. El abuelo de Jean-Paul dirigía un instituto de lenguas vivas. El niño pasó por varias escuelas, pero completó su enseñanza básica con maestros privados. En 1917, su madre contrajo nuevamente matrimonio, instalándose en La Rochelle, en cuyo liceo fue inscrito el joven Sartre. Tras concluir el bachillerato, ingresó en la Ecole Nórmale de París, obtuvo en 1928 su título en filosofía. En esos años empezó a intervenir en la vida intelectual francesa. Publicó algunos textos y conoció a una muchacha que se llamaba Simone de Beauvoir, que sería no sólo su compañera
sentimental durante mucho tiempo, sino también una de las más im- portantes ensayistas y narradoras francesas del siglo xx. Estableció con ella una pareja decidida a «no degenerar ni en obligación ni en costumbre».
A partir de 1929, una vez cumplido su servicio militar, se dedicó a la enseñanza filosófica. Después de 1932 comenzó a interesarse seriamente por la fenomenología. Entre 1933 y 1935 realizó estudios
de posgrado en Berlín y Friburgo. Regresó luego a París, ejerciendo la docencia en el Lycée Condorcet. Escribió entonces La trascendencia del ego. En 1936 publicó La imaginación y en 1938 su primera no- vela, La náusea, con gran éxito. En 1939 dio a conocer también un volumen de cuentos, El muro, y un ensayo filosófico, Bosquejo de una teoría de las emociones.
JEAN-PAUL SARTRE
Al declararse la Segunda Guerra Mundial, fue inmediatamente movilizado y prestó servicio en la unidad de meteorología en Nancy En junio de 1940 fue capturado y trasladado a Alemania. En el campo de prisioneros releyó el Ser y tiempo de Heidegger. Las notas de esa lectura serían el germen de El ser y la nada. En 1941 fue liberado y volvió a su cátedra de filosofía en el Lycée Pasteur. Participó entonces, aunque sólo intelectualmente, en la Resistencia. Hasta la liberación de París, en agosto de 1944, militó en el grupo Socialismo y Revolución y sostuvo la necesidad de un frente común antinazi, defendiendo la coalición y colaboración de todos los sectores con- trarios al nazismo, con independencia de sus respectivas ideologías — comunistas, liberales, anarquistas, etcétera—. Se trataba, pues, de propiciar una especie de «frente amplio», al menos entre los intelec- tuales. En esos años publicó un ensayo titulado Lo imaginario. Apare- cieron los dos primeros volúmenes de una novela, Los caminos de la libertad, cuyo tercer tomo aparecería en 1949.También dio a conocer un par de obras teatrales: Las moscas y A puerta cerrada. Asimismo un denso y voluminoso tratado titulado El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica. Este libro, aparecido en 1943, junto con sus dos novelas y las obras teatrales escritas hasta entonces, sería el germen del existencialismo, un movimiento que presidiría la vida intelectual de los años siguientes.
LA BASE DEL EXISTENCIALISMO
El ser y la nada es una obra extensa, compleja, llevada con muy buen pulso expresivo. Sartre era un buen escritor, tal es así que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1964, aunque lo rechazó por consi- derarlo un reconocimiento burgués. En El ser y la nada parte del es-
tablecimiento de dos ámbitos del mundo del ser: el ser en sí y el ser para sí. El ser en sí es una especie de esfera sin fisura, es pleno, sólido, es el ser en que no ha penetrado la razón y la separación que la ciencia introduce. Mientras el ser en sí es la materia, lo inerte, lo mecánico, el ser para sí es allí donde la conciencia funciona por aniquilación
LA AVENTURA DE PENSAR
de contenidos, proyectando una luz y diciendo esto no soy yo. De lo que se trata es que el ser en sí es lo que es y como es, no tiene vueltas, no le falta nada, es. En cambio, la conciencia, el ser para sí, no tiene plenitud alguna, está siempre haciéndose, no es nada determinado
previamente, de hecho es la nada de su indeterminación, y por ser una
nada puede llegar a ser cualquier cosa: un ser para sí no tiene una
esencia previa —a diferencia de una silla, por ejemplo, que no puede
ser más que lo que es—, se hace mientras vive, y se hace desplegando
la libertad que es. Un gato es como otro gato. Pero un hombre puede
ser enormemente diferente de otro hombre. El bebé que vemos en una
nursería puede ser, con el tiempo, un santo o un asesino, Buda o
Hitler. No tiene un ser ya dado. Su ser es una nada de
determinaciones. Él hará de esa nada un ser determinado a través de
las elecciones que vaya haciendo a lo largo de su vida. En este sentido
podemos decir que el ser para sí no se identifica con ningún ser ya
dado. El ser en sí es el ser de lo que hay, de lo dado; en cambio, el ser
para sí es el ser característico del ser humano, de la conciencia
humana. Para Sartre, hay un análisis posible (porque toda su obra es
un análisis detallado del para sí) de ese para sí cuya auténtica esencia
es la libertad, es decir, la autocreación permanente. Para Sartre, el ser
humano está inventándose permanentemente, está creándose
determinado por sus sucesivas elecciones. Hay algo, sin embargo, que
Sartre llama la «mala conciencia», y que es esa situación en la que la
conciencia no sólo se identifica con su trabajo, con su obra, sino que
al presentarse ante sí misma como un objeto más en el mundo, trata de
evadirse de la responsabilidad de elegirse en cada momento. Hay mala
conciencia cuando yo analizo mis elecciones como si no fuesen
decididas por mí, como si fuesen consecuencias necesarias de una
serie de circunstancias, como si yo no fuese libre, como si estuviese
gobernado (al igual que los objetos que me rodean) por la necesidad.
El agua de la olla no es libre de hervir o no cuando está sobre el fuego,
pero un hombre siempre puede actuar libremente, no importa en qué
situación se encuentre. El esclavo puede elegir no obedecer, aunque
eso signifique ser ejecutado. Si obedece es porque prefiere vivir,
aunque sea como esclavo, antes que
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JEAN-PAUL SARTRE
morir. Y ahí hay una elección. Si alguien dice, para justificar una
determinada acción, que «no pudo hacer otra cosa», eso es mala
conciencia. La mala conciencia consiste, pues, en no hacerse cargo de las
propias elecciones y actuar como si uno no estuviese eligiendo nada.
Digo que «no puedo hacer esto o aquello» cuando, en verdad, debería
decir que «elijo no hacerlo». Ésta es la estructura de lo que Sartre
llama «mala fe» o «mala conciencia».
El ser y la nada supone un diálogo profundo y crítico con la tra-
dición filosófica, desde Descartes hasta Heidegger, pasando por He-
gel y Husserl. En él Sartre explica que la conciencia, como ya había
mostrado Husserl, es siempre conciencia de alguna cosa. Nace, pues,
atraída por un ser que no es ella. Este algo trascendente a la concien-
cia, que es puesto por ella, es lo que llamamos «fenómeno». Si soy
consciente de esta mesa, ella no está contenida en mi conciencia sino
puesta como trascendente. No se trata de un aparecer «exterior» que
disimule la «verdadera naturaleza» del objeto, no apunta a algo que
esté «detrás» de él. El fenómeno es absolutamente indicativo de sí
mismo. Así, el ser del mundo fenoménico es simplemente lo que es.
Por eso, Sartre escribe que el ser es en sí, es lo que es, es sin razón, sin
causa y sin necesidad. De tal modo, es absolutamente contingente y,
por tanto, perfectamente gratuito, imprevisible y absurdo.
El ser-en-sí es la total inmediatez de las cosas consigo mismas. Y
si la conciencia es conciencia del ser, ha de ser distinta del ser. El ser-
en-sí es denso, pleno, macizo, idéntico a sí mismo. La conciencia es
distanciamiento o separación respecto del ser. De suyo es no-ser. Con
ello Sartre rechaza toda sustancialización de la conciencia. La
conciencia no es una cosa, sino pura espontaneidad, temporalidad y
libertad. De hecho, el ser del hombre consiste en la libertad, que, en
tanto nada-de-ser, no puede conocerse ni definirse. Una definición de
algo es su esencia. Pero en el hombre no hay una esencia a la que los
individuos fácticos se ajusten. Más bien, la existencia de cada uno, al
ir realizando su libertad en las diversas situaciones que le toca vivir,
determina lo que es. Éste es el sentido de la famosa frase de Sartre:
«En el hombre la existencia precede a la esencia».
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LA AVENTURA DE PENSAR
ESTAMOS CONDENADOS A SER LIBRES
Es en ese sentido que el hombre se hace a sí mismo. Su ser no
está predeterminado. Lo que llega a ser depende de sus elecciones. La
libertad pertenece a la estructura misma de la conciencia. Sartre lo
dice muy claro cuando aclara que se está condenado a ser libre. No se
puede dejar de elegir y, por lo tanto, de estar expuesto al fracaso y al
ser-nada frente al mundo y ante los otros hombres. Esta libertad
constitutiva se reconoce en la angustia. Es en la angustia donde el
hombre comprende su ser como libertad originaria.
Todas las elecciones particulares, así pues, son dirigidas por una
proyección del yo ideal, que puede ser, por supuesto, diferente del que
la conciencia cree que es su yo ideal. Así, todas las acciones de un
hombre son libres porque están contenidas en aquella original elección
libre, a la que Sartre llama «proyecto». Pero el hombre puede di-
simular su libertad para enmascarar la angustia. Para ello, nos identifi-
camos con ciertos roles o con ciertas respuestas tomadas de otros y
pretendemos entender nuestra libertad sólo como una propiedad más.
Por otra parte, al analizar la temporalidad, Sartre señala que el
hombre huye del ser que fue hacia el ser que será. Huye, pues, del ser
hacia el ser. Pero esta huida del hombre sólo acaba en la muerte, que
es la imposibilidad de todas sus posibilidades. Según Sartre, el hombre
aspira contradictoriamente al proyecto ideal de ser el en-sí-para-sí, el
consciente autofundado, o, por decirlo de otro modo: Dios. Así, ser
hombre es tender a ser Dios, porque el hombre es fundamentalmente
deseo de ser Dios, y este proyecto imposible hace del hombre «una
pasión inútil».
El hecho es que, mientras vive, el para-sí no es más que su huida
hacia sus posibilidades. Por ello, tiene que hacerse. Ser para él es
elegirse. El hombre es, pues, absolutamente responsable de su ser.
Lleva sobre sus hombros el peso íntegro del mundo; es responsable
del mundo y de sí mismo en tanto manera de ser. Así, la libertad de
elección se exterioriza, pues, en la acción. Ésta cobra su significación
verdaderamente humana al integrarse en un proyecto que le confiere
sentido.
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JEAN-PAUL SARTRE
Reveladoramente, el libro termina con una serie de interrogantes
situados en el campo moral en torno de una cuestión básica: «¿Puede la
libertad tomarse como fin a sí misma y reivindicar plenamente su
responsabilidad?». Sartre parece no dar la respuesta.
LA POLÉMICA CON HEIDEGGER
En 1945, Sartre y su amigo, el filósofo Maurice Merleau-Ponty,
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fundaron Les Temps Modernes, una de las revistas más importantes de
la posguerra. Fue en ese momento cuando Sartre decidió abandonar la
actividad docente y vivir de su trabajo como escritor. En ese año
pronunció también su célebre conferencia El existencialismo es un hu-
manismo. En ella defendió la necesidad del compromiso histórico más
allá de toda ilusión, porque, según expresó entonces, «no es necesario
tener esperanzas para obrar». En El existencialismo es un humanismo
reivindica una dimensión humanista del existencialismo frente a las
ideas de Heidegger, que contestó con una Carta sobre el humanismo
fulminando las ideas de Sartre.
Sartre decía que había dos clases de existencialismo, uno de corte
religioso, como el de Gabriel Marcel y Karl Jaspers y otro ateo, del
cual consideraba que los únicos representantes eran Heidegger y él. La
respuesta de Heidegger se leyó en Carta sobre el humanismo, donde
dijo, en primer lugar, que su propia filosofía no era existencialismo,
porque para éste el principal problema era la existencia humana,
mientras que para la filosofía heideggeriana el principal y único pro-
blema era ciertamente la pregunta por el ser. En segundo lugar, aclaró
que su filosofía no respaldaba ni ateísmos, ni monoteísmos, ni
panteísmos, ni, en general, ningún tipo de teísmos. Afirmó que mal
podemos discutir la existencia o no existencia de Dios si no sabemos
qué decimos cuando decimos «Dios», y que no podemos saberlo
mientras todavía no sabemos qué nombramos al decir «ser divino» o
«ser sagrado» porque no sabemos qué significa ahí «ser». En tercer lu-
gar, Heidegger propone una desconfianza radical respecto del término
«humanismo», porque remite a la noción puramente metafísica
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LA AVENTURA DE PENSAR
de hombre —que su propia filosofía pone en tela de juicio—, pero
además porque, cada vez que se ha usado el término «humanismo» ha sido
discriminatoriamente, para señalar que verdaderamente humanos somos
nosotros y negar la humanidad de los demás: los romanos se
consideraron «humanistas» frente a los bárbaros, los cristianos frente a los
paganos, los comunistas frente a los capitalistas, y así
sucesivamente. «Humanismo» es una palabra, según Heidegger, gastada y
básicamente sospechosa.
En esa polémica, tal como he referido en Humanismo impenitente,
el Sartre de El existencialismo es un humanismo se manifiesta de una
forma inequívocamente nietzscheana: «Si he suprimido a Dios Padre,
es necesario que alguien invente los valores. Hay que tomar las cosas
como son.Y, además, decir que nosotros inventamos los valores no
significa más que esto: la vida, a priori, no tiene sentido». Este vo-
luntarismo es precisamente lo que Heidegger pone en cuestión. La
esencia del hombre moderno, la esencia del hombre que se cree sin
esencia, es la voluntad. Por eso Nietzsche no representa, pese a sus
diatribas antimetafísicas, sino el último baluartee de la metafísica
occidental. La capacidad de inventarse una esencia provisoria sustitu-
ye al clásico esencialismo de la naturaleza humana y se realiza en el
esfuerzo avasallador de la técnica. Pero la obsesión por los valores
ciega al metafísico: «La verdad del ser como la luz misma le está
oculta a la metafísica». La metafísica de la voluntad es materialista, no
en el sentido vulgar de que considere que todo es materia, sino en el
de tomar a todo ente sólo como manipulable, como objeto de posible
intervención técnica dentro.Y el planteamiento de Sartre indicaría una
recaída en esa historia.
Con el paso del tiempo, la obra de Sartre se fue preocupando más
existencialmente del ser humano. Sartre asume, en un momento, que
le llamen existencialista. Admite la etiqueta. Esa preocupación por el
ser humano quizá esté presente en las obras teatrales más aún que en
su propia obra filosófica. En su dramaturgia se encuentra el conflicto
hombres-dioses. Para Sartre, la idea de un dios es contradictoria,
porque un dios sería a la vez un en sí y para sí, carecería de fisuras y
tendría esa solidez eterna de lo dado mentalmente, pero a la
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JEAN-PAUL SARTRE
vez tendría conciencia. Pero aunque Dios es una figura contradictoria,
le sirve a Sartre para analizar el tema de la tensión entre los hombres y
los dioses en algunas obras de teatro como, por ejemplo, Las moscas y
El diablo y el buen dios. Esa confrontación del hombre con ese en sí
que también sería para sí, que es la divinidad, entidad inventada por
nosotros, es inevitable. Sartre llega a la conclusión de que si existiera
esa divinidad estaría tan solitaria y quizá tan angustiada como lo
estamos nosotros. Los seres humanos vivimos en una angustia frente a
la muerte y también frente a los demás. En una de sus obras, A puerta
cerrada, dice una frase muy conocida: «El infierno son los otros». Es
decir, el infierno ese que tenemos, la tortura de decir que no somos
únicos sino que los demás están ahí mirando, objetivándonos,
convirtiéndonos en cosas y en cierta medida siendo el infierno que
tenemos que padecer. De ahí que el fin de la filosofía de Sartre sea la
búsqueda de un pensamiento liberador, y en ese sentido consideró que
el marxismo era la filosofía insuperable, por lo que buscó en causas
vinculadas al marxismo más radical la lucha por la emancipación
humana que consideraba indispensable.
EL FILÓSOFO COMO REFERENTE POLÍTICO
Después de la Segunda Guerra Mundial escribió numerosos
artículos sobre infinidad de temas, y presentó varias obras teatrales.
También dio a conocer importantes trabajos teóricos, entre los que de-
ben mencionarse Baudelaire, San Genet, comediante y mártir,
Cuestiones de método, Materialismo y revolución, ¿Qué es la
literatura? y, en especial, la Crítica de la razón dialéctica, obra que
intentó realizar la síntesis del existencialismo y el marxismo.
Sartre se había acercado al Partido Comunista durante la década del
1950, pero se apartó de él en 1956 a causa de la invasión soviética a
Hungría. En esa época escribió El fantasma de Stalin. No obstante, se
siguió sintiendo cercano al marxismo.
A partir de los sucesos de mayo de 1968, Sartre, que fue
indiscutiblemente uno de sus protagonistas y un decidido agitador, de-
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LA AVENTURA DE PENSAR
fendió la necesidad de una organización a la izquierda del Partido
Comunista. Se vinculó a partir de ahí a grupos de extrema izquierda.
Comenzó a ser tildado de «utópico». En alguna ocasión se definió
curiosamente como «maoísta libertario».
Publicó aún Las palabras y los tres volúmenes de El idiota de la
familia, además de numerosos artículos. Después se vio obligado a
detener su actividad por razones de salud. Sartre estaba ciego de un ojo
desde los tres años. Ahora, al sufrir una hemorragia detrás del ojo
sano, quedó imposibilitado para leer o escribir. En adelante, su obra
sería sólo oral: entrevistas, alocuciones públicas, diálogos,
declaraciones. A su lado siempre estaría Simone de Beauvoir.Víctima de
un edema pulmonar, murió en París el 15 de abril de 1980. Más de veinte
mil personas formaron el cortejo fúnebre.
Sartre ha sido una figura excesivamente cercana y excesivamente
presente en la comunicación como para que la podamos juzgar con
distanciamiento y con frialdad. Su impacto en su época fue ex-
traordinario, sobre todo como líder de opinión. Se convirtió en un
icono cultural que aún tiene vigencia como tal. Quizá su obra no es tan
estudiada o reconocida como debiera. Tal vez algunos de sus libros
como La crítica de la razón dialéctica, por su visión del marxismo, es
improbable que hoy suscite muchas adhesiones o lectores. Otra cosa
es su teoría de la libertad al igual que su propia figura, y su larga
historia de amor con Simone de Beauvoir, ésta a su vez inspiradora de
los movimientos feministas. También quedan muy presentes en la
historia su propia vinculación con causas políticas extremas, que
muchas veces le llevó a equivocarse y a apoyar a regímenes to-
talitarios, lo que le atrajo miradas de recelo por parte de aquellas per-
sonas que tuvieron que padecer esas dictaduras, como las que sufrie-
ron los países de Europa del Este durante la guerra fría, que veían
cómo este hombre de la libertad apoyaba a todos los verdugos de la
libertad.
Como ejemplo, valga la referencia que hice sobre el tema hace
algunos años en el libro Sobrevivir. Allí, en el capítulo titulado «Sartre
en situación comprometida», recordaba Checoslovaquia en 1963. El
escenario es el comienzo del «deshielo»: se rehabilita a las víctimas de
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JEAN-PAUL SARTRE
las purgas estalinistas, la historia oficial va dejando paso a la historia
sin más, la censura pierde ferocidad y dominio, la universidad se ani-
ma, las obras del «rehabilitado» Franz Kafka aparecen por primera vez
en las librerías... Como dice IlliosYannakakis, antiguo comunista
griego exiliado por entonces en Checoslovaquia y de quien tomo esta
anécdota, «1968 comenzó sin duda en aquel 1963». Para corroborar la
apertura liberalizadora del momento, se anuncia una conferencia de
Sartre en el gran anfiteatro de la Universidad Carlos, aprovechando su
visita oficial con Simone de Beauvoir a Praga. ¿Qué más se puede
pedir? Desde mucho antes de la hora señalada para el acto, el
anfiteatro, los pasillos y hasta el vestíbulo de la facultad rebosan de
jóvenes enfervorizados que vienen a escuchar la voz emancipadora del
maestro. Sartre comienza su conferencia en medio de una emocionada
expectación, que poco a poco se va viendo ensombrecida por un
profundo desencanto: allí, ante los estudiantes ávidos de consignas
liberadoras y ante los escritores checos recién desamordazados que le
admiran por lo que es y por lo que significa, Sartre entona un lúgubre
canto, mil veces escuchado de boca de los encargados de la
propaganda oficial, al realismo socialista como «porvenir de la
literatura» y al papel del intelectual comprometido en la lucha contra
el imperialismo. Fue el final de la influencia de Sartre en Che-
coslovaquia, al menos entre los jóvenes. Según cuenta Yannakakis:
«Se ha bajado los pantalones ante las autoridades.. .».Y los jóvenes se
vuelven hacia Kafka y hacia Camus, como luego hacia Foucault, hacia
la generación beat americana, el surrealismo, el happening alemán,
etcétera... «Sartre —concluye Yannakakis— perdió el tren de la
historia aquí mismo, en Praga.»
SARTRE CONTRA SARTRE
Aunque suena como una formulación rara, Sartre luchó hasta el
final contra los errores de Sartre, sobre todo contra el error de con-
vertirse oficialmente en Sartre. Fue un animador histórico de excep-
ción y su mayor mérito estriba en que no sólo nos ayudó a acertar
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LA AVENTURA DE PENSAR
en mucho, sino que también se equivocó
generosamente por nosotros en ocasiones que
quizá ahora sepamos evitar. Errores, aciertos,
cada cual puede repartir los puntos como desee
o como pueda. El propio Sartre dio la respuesta
por adelantado al escribir sobre una amistad
perdida: «De todas formas, no nos creo
demasiado culpables, hasta el punto de que a
veces me sucede que no veo en nuestra aventura
más que su necesidad, he aquí como viven los
hombres en nuestra época, he aquí como se
aman: mal».
Hay en Sartre una especie de generosidad,
de fuerza, que le hace
aceptable, incluso no compartiendo muchas de
sus ideas o de sus to-
mas de posición. Es difícil dejar de sentir que
había ahí algo vigoroso
y próximo a lo humano que uno puede
sentir como necesario.
Personalmente, creo que esa generosidad de
Sartre, acompañada de
una enorme inteligencia y de estudios puntuales
sobre temas, autores,
ideas y reflexiones sobre hechos culturales,
sigue siendo necesaria.
Pero sobre todo, yo creo, esa generosidad que
queda en su figura es lo
que será recuperado, aunque hoy Sartre no esté en primera línea.
Aunque sea difícil compartir el título que
Bernard Henri Levi da a su
biografía El siglo de Sartre, su figura y
ejemplo continúan siendo
importantes.
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