domingo, 12 de agosto de 2012
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Michel Foucault, otra forma de ser filósofo
Michel Foucault tal vez no sea lo que tradicionalmente se
considera un filósofo, pero, en nuestra época, la idea de «filósofo a la
clásica» irremediablemente ha cambiado. Hoy aquellos que hacen
filosofía también se dedican a la sociología, la economía y la
literatura. Son ensayistas, observadores y estimuladores de la reflexión
humana. En ese sentido, son filósofos.Y así fue Foucault, un gran
escritor, un estilista singular, un finísimo y minucioso analista de ideas
y detalles profundos, lo que a veces hace correr el riesgo al lector de
perder de vista el conjunto, el panorama completo. Por otra parte,
Foucault fue un hombre carismático cuya influencia se ejercía de una
manera particular. Activista político que se comprometió no
solamente con las grandes e históricas causas políticas, sino en todos
los nuevos temas que han ido surgiendo en las últimas décadas del
siglo xx, Foucault escribió sobre la situación de los homosexuales, de
los presos y de los enfermos mentales, transformando esos temas,
hasta ese momento marginales, en bibliografía obligatoria de
cualquier universidad del mundo.
DE LA ANGUSTIA AL SABER
Paul Michel Foucault nació en 1926 en Cuatié, una ciudad
provinciana del interior de Francia. Era hijo de un prestigioso cirujano y
fue el segundo de tres hermanos. Durante su infancia resultó un excelente
estudiante. En su adolescencia sufrió profundas crisis perso-
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LA AVENTURA DE PENSAR
nales asociadas a su identidad sexual, cambió con frecuencia de cole-
gios y llegó a pensar seriamente en suicidarse. Al ir descubriendo su
homosexualidad se sentía condenado a una vida infeliz y atormentada.
Ésta era la causa de sus habituales depresiones. Al terminar sus es-
tudios secundarios ingresó en la Ecole Nórmale Supérieure de París.
Durante ese período, sus importantes y crecientes episodios
depresivos le obligaron a recurrir a una asistencia psiquiátrica rigu-
rosa. A partir de ese tratamiento logró recomponer su personalidad,
asumir su sexualidad y alcanzar el equilibrio emocional. Demostró
entonces una gran brillantez en sus estudios. Foucault obtuvo su li-
cenciatura en filosofía en 1948, y en psicología en 1950. En 1952 se
licenció además en psicopatología; su tesis, Enfermedad mental y
personalidad, fue publicada en 1954, y recibió una buena recepción en
los ambientes académicos. Con ese antecedente, Foucault consiguió
una cátedra en la Universidad de Upsala, en Suecia. Pasó luego por las
universidades deVarsovia y Hamburgo y regresó a Francia en 1960
para asumir la dirección del Departamento de Filosofía en la Uni-
versidad de Clermont-Ferrand. Un año después, Foucault conoció a
Daniel Deferí,
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un estudiante que pronto se convertiría en el amor de
su vida. Ese mismo año publicó uno de sus libros más importantes,
Historia de la locura en la época clásica, con el que abrió el primer
período de su obra y que presentó como tesis de doctorado. En él
analiza la experiencia discursiva en torno de la locura, el imaginario
asociado a la figura del loco y las estrategias sociales para hacer invi-
sible la locura. A esta etapa también pertenecen, entre otros escritos,
El nacimiento de la clínica, Las palabras y las cosas y La arqueología
del saber. Ese momento de su actividad profesional, que se extendió
entre 1961 y 1968, fue designado luego por el propio Foucault como
«etapa arqueológica», porque la tarea asumida es la de excavar capas,
al modo de los arqueólogos, para estudiar los modos históricos de
configuración de determinadas espesuras discursivas, de diferentes
objetos de análisis. Así, en Las palabras y las cosas, por ejemplo,
estudia de esta manera cómo se constituyeron, entre el siglo xvn y el
xix, los saberes de la vida, del lenguaje y del trabajo, o sea, la
biología, la lingüística y la economía política. Analizó, además, el
surgimiento en
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MICHEL FOUCAULT
la cultura europea de las ciencias sociales a partir de determinadas
prácticas sociales y discursivas. Desde 1969 y hasta principios de los
ochenta se desplegó la segunda etapa de su pensamiento, que se
conoció como «genealógica».
UNA HUELLA EN LA ARENA QUE BORRA LA SUBIDA DE LA MAREA
Foucault tomó de Niezsche la idea de la genealogía, de que
debemos buscar ese desenvolvimiento que nos indique de dónde
venimos. Para él la historia es importante pero también lo es la
ontología histórica. Es decir, la historia de lo que somos, de aquello en
lo que nos hemos transformado, en lo que nos vamos transformando.
Esa genealogía es lo que él estudia a lo largo de su obra: la idea de
hombre tiene su propia genealogía y posee también su propio final. Se
puede hablar, pues, de una muerte del hombre, que finalmente, dice
Foucault, puede ser «como una huella en la arena que borra la subida
de la marea», porque esa idea, que rige las llamadas «ciencias hu-
manas», también ha tenido su desenvolvimiento aunque creamos que
es algo que va a estar ahí para siempre. La ontología histórica de no-
sotros mismos, que es lo que pretende hacer Foucault, muestra en
nuestra vinculación con el campo de la verdad cómo nos constituimos
en sujetos de conocimiento en cada una de las épocas, a través de qué
temas, de qué ciencias, de qué marcos de programas de conocimiento.
Cómo nos convertimos en sujeto de conocimiento a lo largo de las
épocas. No es lo mismo la época clásica que la decimonónica o la
nuestra. Cuál es la genealogía por la que vamos convirtiéndonos en
este sujeto de conocimiento que somos hoy y hasta qué punto somos
deudores de lo que hemos sido. En el campo del poder, cómo nos
convertimos en sujeto de esa acción que influye y que controla a los
demás, cómo se va desarrollando esa figura del sujeto de la acción
sobre los otros, y también de la misma manera así tenemos que
explicarnos cómo se ha llegado a las fórmulas de poder actuales. Y, en
último término, también hay una pregunta sobre la ontología histórica
de nuestra moral, de cómo nos hemos converti-
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LA AVENTURA DE PENSAR
do en sujetos morales, cómo hemos llegado a tener esa voluntad de
cuidado por nosotros mismos, esa preocupación por nosotros mismos
que lleva a la figura moral. Ésos son los tres campos que estudiará a lo
largo de toda su obra Foucault: a) sujetos de conocimiento, o sea,
sujetos epistemológicos; b) sujetos de acción, o sea, sujetos de poder,
y c) sujetos morales, o sea, sujetos de voluntad de cuidado de sí.
BUCEANDO EN EL GRAN ARCHIVO DE LA HISTORIA
Foucault trabaja con materiales históricos como archivos,
documentos, legajos y estadísticas. Y con ellos analiza épocas,
instituciones y normas, y se interesa por averiguar cómo éstas
modifican y constituyen a los individuos que viven en determinadas
sociedades. Así, las individualidades están siempre constituidas por
formas culturales que tienen que ver con modos de conocimiento, de
imaginación, de producción de discursos, que inciden en los
individuos, pero siempre de forma histórica. No se trata sólo de dudar de
los objetos de nuestro conocimiento, sino que hay que poner en tela de
juicio al sujeto mismo, del que hay que eliminar todo rastro de
trascendencia, para poder considerar las múltiples perspectivas que
combaten en cada caso, en cada experiencia.
Si en las obras del período arqueológico el problema de las ver-
dades se encontraba en primer término, en el período genealógico la
reflexión sobre el poder pasa a ser lo prioritario. Tal preocupación por
el poder no es ajena a las circunstancias vividas en 1968 durante las
jornadas conocidas como el mayo francés, a las que ya me he referido
antes. Este período coincidió con su nombramiento al frente de la
cátedra de historia de los sistemas de pensamiento en el Collége de
France.
A esta etapa genealógica, pertenecieron, entre numerosos escritos,
los libros ¿Qué es un autor?, El orden del discurso, Vigilar y castigar
y La voluntad de saber, primera parte, este último, de una programada
Historia de la sexualidad. En estos textos frondosos y atractivos, Fou-
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MICHEL FOUCAULT
cault piensa el poder como una trama extendida a través de toda la
sociedad. No se trata, pues, de la imagen simplista de unos que de-
tentan el poder y otros que lo sufren, sino que el poder nos involucra a
todos y que, si bien hay zonas de la red más densas y zonas más
tenues, nadie es ajeno a esa trama. De modo que siempre es posible
tensar la red en algún punto y hacer temblar toda la estructura. Esta
reflexión de Foucault sobre el poder lo condujo a pensar la moder-
nidad como el intento de constituir una sociedad disciplinaria me-
diante tecnologías de control y constitución de identidades. El poder
no apareció, pues, como una mera fuerza de represión, sino también
como posibilidad de realización.
LA SOCIEDAD Y EL PODER
Foucault expresó en el marco de una serie de conferencias de la
Universidad de Standford que dio en 1979, y que luego fueron pu-
blicadas bajo el título de Omnes et singulatim: «Nuestra civilización
ha desarrollado el sistema de saber más complejo, las estructuras de
poder más sofisticadas: ¿qué ha hecho de nosotros esa forma de cono-
cimiento, ese tipo de poder? ¿De qué manera esas experiencias fun-
damentales que son la locura, el sufrimiento, la muerte, el crimen, el
deseo y la individualidad están ligadas, incluso aunque no tengamos
conciencia de ello, al conocimiento y al poder?».Y añadía a conti-
nuación, con desesperanza lúcida y militante: «Estoy seguro de que no
encontraré nunca la respuesta, pero eso no quiere decir que debamos
renunciar a plantear la pregunta».
La imagen de las tramas de poder que atraviesan toda la sociedad,
por otra parte, abrió la perspectiva de las micropolíticas. ¿Qué son las
micropolíticas? Son acciones que surgen desde las prácticas sociales
mismas, que son comunitarias, que excluyen tanto la idea de una
vanguardia iluminada que intenta imponer su ideología como la de
una receta aplicable al fenómeno social en su conjunto. De lo que se
trata es, pues, de buscar un tipo de militancia que encare necesidades y
problemas concretos sin aferrarse al poder o a la lucha por el
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LA AVENTURA DE PENSAR
poder, porque lo importante no es intentar conquistar el poder, sino
establecer la posibilidad de la resistencia. En este sentido, un ejemplo
de micropolítica lo constituyó la militancia del propio Foucault, a
partir de 1969, en el Grupo de Información sobre las Prisiones. Allí se
puso al servicio de los frentes de resistencia carcelarios, que de-
nunciaban las condiciones inhumanas del régimen penitenciario
francés, y lo hizo no como un guía, sino como alguien que simple-
mente participaba de las luchas que otros habían emprendido.
A lo largo de los siglos, parecía que la filosofía tenía ya determi-
nados sus temas: epistemológicos, respecto del alma, del cuerpo, res-
pecto de la experiencia, de la justicia o de las grandes ideas. Pero ha-
bía cuestiones que no aparecían nunca en esos campos, como por
ejemplo un manicomio y sus habitantes, los enfermos en un hospital,
los presos en la cárcel. Ésos eran temas que nunca se introducían en el
campo filosófico, quedaban a un lado. Solamente una excepción como
Schopenhauer habló de la locura o también de la pena de muerte.
Parecía que estas cuestiones eran demasiado terrenas y sin jerarquía
para preocupar a los filósofos, que tan sumidos están en pensamientos
más elevados. Foucault pone todos estos temas encima de la mesa y
describe su funcionamiento. ¿Cómo funciona el manicomio? ¿Cómo
funciona el hospital o la cárcel? Las respuestas, curiosamente o no
tanto, entroncan a la perfección con la historia de la filosofía. Foucault
dice que la civilización occidental empezó, a partir de cierto momento,
a desplegar políticas de exclusión —la exclusión del loco, la del
delincuente, la del enfermo— y a desarrollar instituciones para
efectivizar esas políticas —el manicomio, el hospital, la cárcel—.
Foucault insiste en la idea de que lo importante de estas instituciones y sus
políticas no eran los individuos afectados, sino la justificación de las
exclusiones, que constituyen a la sociedad como su otro: nosotros —los
que no estamos encerrados en esas instituciones— somos, así, los
cuerdos, los honestos, los sanos; es decir, los normales. Se
constituye así, perversamente, una identidad social.
Foucault asegura que de esta manera se va desplegando un siste-
ma de control social, y describe cómo se va haciendo más necesario y
más represivo.Y cómo vamos todos a convertirnos de alguna ma-
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MICHEL FOUCAULT
ñera en cómplices y en soportes de ese control social que se expresa
privilegiadamente en esas instituciones de las que estoy hablando.
La obra de Foucault reflexiona sobre la clausura y sus usos disci-
plinarios: manicomio, cárcel, cuartel, hospital, fábrica y —¿por qué
no?— universidad o al menos escuela... Lugares en los que se entra
para ser clasificado, vigilado, medido, normalizado, curado, reprendi-
do, formado, conformado, evaluado, reformado, castigado, convertido
en miembro forzoso o aquiescente de una institución racionalmente
codificada. Esta consideración de una obra lo bastante vasta pese a la
temprana muerte de su autor y quizá más compleja de lo que aparenta
es sin duda reduccionista pero no del todo injusta, responde a la
demanda práctica de para qué nos sirve el pensamiento foucaultiano.
Tal demanda tiene una decidida orientación política que quizá
estuviese completamente desplazada en el caso de otros pensadores
voluntariamente desligados de las luchas del presente, pero que resulta
muy justificable respecto de alguien que no solo no renunció a ellas,
sino que nunca quiso separar su empeño teórico del más concreto
litigio histórico. Foucault alentó a sus lectores a un uso sublevatorio
de su obra y es lógico que muchos de estos sólo recuerden de ella lo
que fascina como más evidentemente referido a la denuncia de los
mecanismos represivos establecidos. De cárceles, manicomios o
cuarteles se había hablado hasta entonces muy poco en filosofía; de la
inscripción disciplinaria que sufre el cuerpo en la sociedad moderna,
en nombre de una racionalidad organizativa, todavía menos.
«CALIFICAR, CLASIFICAR Y CASTIGAR»
Foucault analiza la escuela como una de las instituciones de las
que dispone la sociedad normalizadora y vigilante. Es allí donde se re-
producen sus estructuras, y lo hace mediante ciertas técnicas disci-
plinarias, entre ellas, el examen. Según Foucault: «El examen combina
las técnicas de las jerarquías que vigilan y la de la sanción que
normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permi-
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LA AVENTURA DE PENSAR
te calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una
visibilidad a través de la cual se los diferencia y se los sanciona. A esto
se debe que, de todos los dispositivos de disciplina, el examen se halle
altamente ritualizado. En él vienen a unirse la ceremonia del poder y la
forma de la experiencia, el despliegue de la fuerza y el
establecimiento de la verdad...».
Más adelante añade: «De la misma manera, la escuela pasa a ser
una especie de aparato de examen ininterrumpido que acompaña en
toda su longitud la operación de la enseñanza. Se trata en ella cada vez
menos de esos torneos en los que los alumnos confrontaban sus
fuerzas y cada vez más de una comparación perpetua de cada cual con
todos, que permite a la vez medir y sancionar. [...] El examen no se
limita a sancionar un aprendizaje; es uno de sus factores permanentes,
subyacentes, según un ritual de poder constantemente prorrogado.
Ahora bien, el examen permite al maestro, a la par que transmitir su
saber, establecer sobre sus discípulos todo un campo de
conocimientos. Mientras que la prueba por la cual se terminaba un
aprendizaje en la tradición corporativa validaba una actitud adquirida
—la "obra maestra" autentificaba una transmisión de saber ya hecha—
, el examen, en la escuela, crea un verdadero y constante intercambio
de saberes: garantiza el paso de los conocimientos del maestro al
discípulo, pero toma del discípulo un saber destinado y reservado al
maestro. La escuela pasa a ser el lugar de la oración y de la
pedagogía».
EL SIDA COMO FINAL
A principios de los años ochenta, Foucault inició la tercera etapa
de su vida filosófica: el período llamado «ético», que pretende pensar
la constitución del sujeto ético, político y estético en el análisis de
ciertas prácticas subjetivantes, de ciertas miradas sobre sí, mediante
las cuales el individuo se relaciona consigo mismo. A esta etapa perte-
necerán el segundo y el tercer volumen de su Historia de la sexuali-
dad, titulados El uso de los placeres y El cuidado (o la inquietud) de
sí. En
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MICHEL FOUCAULT
realidad, la obra estaba prevista en cuatro
volúmenes, pero el cuarto no llegó a publicarse.
En esa época, Foucault comienza a reflexionar
de modo muy particular sobre la ética. Su
pregunta es entonces cómo nos constituimos
como sujetos éticos, como agentes morales.
Los escritos de Foucault han tenido un
enorme impacto sobre la
filosofía y las ciencias sociales. Sus críticas de
las instituciones so-
ciales, tales como la psiquiatría, la medicina y
el sistema penal, así
como sus ideas sobre la sexualidad, el poder y
el saber han sido am-
pliamente discutidas y aplicadas. En particular,
llamó la atención so-
bre las construcciones sociales de las
identidades, o sea, los modos de
subjetivación, que siguen siendo ejes del
debate social y político
contemporáneo.
Pensador contemporáneo por excelencia,
tuvo una de las muertes más contemporáneas
posibles. Portador del virus de
inmunodeficiencia adquirida, murió el 25 de
junio de 1984. Fue una de las primeras víctimas
conocidas de la enfermedad.
Insisto, su impronta en el siglo xx es
grande. Naturalmente, hoy se ponen en cuestión muchos de sus análisis,
incluso la profesionali-
dad con que los realizaba. ¿Era un verdadero
historiador o un verda-
dero sociólogo? Pero, sin duda, abrió en todos
esos campos unas vías
importantes, y además queda su brillantez
intelectual. Queda su estilo
y queda también esa especie de empuje elegante
que tenía en todo lo
que hacía y que personalmente creo perdurará en
el tiempo más allá de
que hoy se discutan tales o cuales de sus logros.
Incluso me gustaría
aventurar que, siendo una figura muy nueva,
dará lugar a un tipo de
filósofo nuevo. De hecho, probablemente los
pensadores académicos
sean algo incompatible con nuestros días y el
filósofo no es una figura
que está ahí, sino que es una persona que
evoluciona con los tiempos
porque tiene que pensar la realidad actual. El
filósofo no está para
pensar lo que ha pasado, sino para pensar lo que
está pasando y lo que
va a pasar. Y esa figura entonces
tiene que adaptarse
irremediablemente a esa transformación y a
ese cambio de los
tiempos.
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